MIS GRANDES NOCHES CON LOS STONES (II): MADRID, JUNIO DE 2003

13 años hacía que no tocaban en Madrid, desde junio de 1990 en aquella gira de regreso tras la III Guerra mundial, que quizá por ser una gira en la que vi a los Stones demasiado parapetados bajo un espectáculo al que le sobraban tantos muñecos y tanta parafernalia, tal vez inseguros y hasta con una estética y un estilismo que me parecía artificial, fue de las que menos me gustó.

En 1995 y 1998 fueron otras capitales del estado español las que acogieron las nuevas actuaciones de los Stones: mi siempre añorada y natal Xixón, Barcelona, Vigo, Bilbo... a alguna de esas actuaciones me referiré en esta serie de blogs. Pero hoy toca recordar una de las noches más mágicas que he vivido en Madrid, en mi ciudad de adopción aparte de la histórica noche de la tormenta de 1982, y una vez más en el histórico Estadio Vicente Calderón además en el año del centenario del Atlético de Madrid, el estadio que será siempre el de mi Atleti de Madrid, a pesar de que hoy ya la furia y el corazón con el que defendemos esos amados colores rojiblancos esté en el antiguo campo de la peineta, hoy Wanda Metropolitano. Esa noche maravillosa e inolvidable fue la del viernes 27 de junio de 2003, dentro del tramo europeo de la gira mundial 'Forty Licks' de 40 aniversario que había empezado en el otoño de 2002 en Estados Unidos, como era habitual por aquel entonces.

El ritual de los días y semanas anteriores, el de costumbre, el mismo que vivo en estos días previos a coger el avión y volar a Stuttgart, Praga o Varsovia para vivir una vez más la increíble experiencia que es un concierto de los Rolling Stones. Nerviosismo, emoción, noches de dormir poco, y en este caso, con la adrenalina a tope tras haber disfrutado del conciertazo que dieron dos días antes en Bilbo, en otra de las catedrales de la historia del fútbol como el legendario San Mamés.

 La noche anterior, no lo pude evitar, me pasé por El Refugio. Sabía que aunque me metiera en la cama a las diez de la noche, no iba a poder dormir. Así que en cuanto aparecí por allí, mi viejo amigo y querido cómplice Chema preparó una buena sesión de videos de los Stones que me tuvo allí hasta que cerró, obviamente disfrutando cada video con una generosa cantidad de bebidas espirituosas cultivadas en las barricas de roble de Tennesee.

Y como siempre, si en otras cirunstancias el Jack Daniels me habría producido una potente resaca o una somnolencia pastosa que me habría pegado a las sudorosas sábanas de una noche de finales de junio en Madrid, no había dormido ni tres horas cuando ni siquiera hizo falta que sonase el despertador: a las 5,30 de la mañana, di un salto de la cama a la ducha, me enfundé mi vieja camiseta de la gira del 'Voodoo Lounge'
que me trajo el Pirata de Estocolmo en 1995 – siempre te lo he agradecido, Piri, querido amigo y maestro- y una hora más tarde, con los primeros rayos del sol reflejándose sobre el Manzanares, estaba en la puerta 6 del estadio, listo para correr como alma que llevase el diablo hacia la primera fila con mi primo Juan Caveda, para volver a disfrutar de esas dos horas de orgasmo continuo que es un concierto de los Stones.

Siempre he recordado con especial emoción la actuación de los que fueron los teloneros de los Stones esa noche, una banda que sin ser de mi estilo musical, siempre me ha gustado, tengo muchos de sus discos y en especial su líder Chrissie Hynde me parece una de las mujeres mas carismáticas y brillantes del mundo del rock. The Pretenders lo hicieron de maravilla, supieron estar a la altura a la que debe estar alguien que pisa el mismo escenario que los Stones, y nunca olvidaré -en parte también por lo que significa en lo personal para mi – la que junto a “My Baby” y “Middle Of The Road” fue la mejor canción de la noche: “Hymn To Her”.
Si bien en toda la gira europea los Stones salina al escenario aún con luz natural, en Madrid Mick Jagger quiso una vez más aprovechar lo que se dice que él llama el “efecto Drácula”, es decir, el plus de excitación, emoción y energía que se despierta cuando al apagarse la música y las luces, el estadio queda en total oscuridad y la ovación se hace ensordecedora. Esa sensación, indescriptible, inexplicable para quien no sienta a los Stones como los stonianos de corazón, es la que al apagarse las luces, se apodera de todo el estadio, que estalla en un impresionante grito contenido de entusiasmo, ilusión y desahogo. Ladies and gentlemen... 

… Y empieza la gran fiesta del rock´n´roll, además, y quizá como un reflejo indirecto de aquel histórico show de Madrid del 82, con un “Brown Sugar” sensacional y un “Start Me Up” en el que toda la banda se equivoca y obliga a Jagger a improvisar y dar vueltas a la canción hasta que todo se recompone un poco, aunque sin el caos de la lluvia y los globos. Impagable el gesto de Charlie Watts desde la batería, como dando a entender: “¿será posible que lo estén haciendo tan rematadamente mal?” 

Pero inmediatamente después, llega uno de los momentos que guardaré para siempre en mi retina y que ha acabado siendo uno de los momentos clave en cualquier concierto de los Stones. Al acabar “Start Me Up”, Keith Richards pega una patada al aire, tira el cigarrillo tras una larga calada, se arrodilla en el escenario, besa el mástil de su telecaster, se levanta y ataca el riff de “You Got Me Rockin'” mirándonos a la gente de la primera fila como diciendo: “¿Qué?”. No sé si cabe explicar algo más. Stones en estado puro y Keith poniendo las cosas en su sitio.

“Don´t Stop”, “You Can´t Always Get What You Want” y “Angie” dan paso a otro momento no solo apoteósico, cabría decir que al menos esa noche, sencillamente genial. Ese momento en el que en la deliberada penumbra en la que queda el escenario, Mick Jagger saca de su bolsillo trasero la armónica y la canción más fabulosamente rockera de la historia de los Stones, “Midnigh
t Rambler”, empieza a surgir de la oscuridad, primero de la armónica y después, en forma de cortante y asesino riff que explota desde la guitarra de Keith. Y no lo puedo evitar. Ahí es donde siempre me vuelvo loco en un concierto de los Stones. Salto, grito, bailo, es mi momento del show, “Midnight Rambler”, que no era de las fijas en el set-list del tour, y que hasta última hora no se sabía si la tocarían o no, tengo el inmenso privilegio de que esa noche, en el estadio de mi equipo y en mi ciudad, permitidme que me sobre un poco en esto, la toquen para mi. No creo que nadie en todo el Calderón esa noche la disfrutase como yo la disfruté. Y Keith se dio cuenta, regalándome una púa entre risas y posiblemente pensando “¿quien será este peludo loco?”.

¿Hace falta decir que cuando Keith tocó “Thru And Thru”, no pude contener las lágrimas de emoción ante ese eterno superviviente, ante ese héroe del rock, ese riff humano que encarna todo lo que el rock ha sido, es y será siempre?

El resto del show, además de los tres temas que hicieron en el “B-Stage”, el mini-escenario montado en la parte de atrás para la gente que no ha podido llegar a las primeras filas, es una gozada total: “Gimme Shelter”, “It's Only Rock'n Roll”, “Honky Tonk Women”, “(I Can´t Get no) Satisfaction” y en el bis, “Jumping Jack Flash”, cierran un concierto que mi ciudad, mi Madrid, llevaba muchos esperando, y en el que los Stones no defraudaron.

Se encienden las luces. Despertamos del sueño y volvemos a la realidad. Pero como siempre, ese regreso a la realidad va a dejarme en la memoria, en el corazón, en mi historia, otra noche que no olvidaré. Vi a los Stones en esta gira en otras ciudades, tales como Barcelona, Benidorm o Zaragoza, pero en la gira Licks, creo sinceramente que Madrid, ciudad a la cual los Stones debían en ese momento algo más que un concierto, vivió el mejor show de esa gira estatal.

Una de mis grandes noches con los Stones.

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